Algunas consideraciones personales sobre tan controvertida medida del GCBA (controvertida, para los ambientes bicicletísticos, claro, porque al lado de todo lo que vendrían a ser "las cosas importantes", es bastante insignificante, la verdad)
No son seguras.
Basta
transitar algunas cuadras por cualquier ciclovía (CV) para constatar
que la sensación de seguridad inicial es falsa: obstáculos* que generan
la necesidad de “volver a la calle” (si consideramos a la CV un espacio
ajeno a ella), mala señalización en lo que respecta a giros y
detenciones, interrupciones abruptas de la CV (en algunos casos
generando que el ciclista quede, de pronto, en sentido contrario al
tránsito de autos), motos circulando a toda velocidad, etc.
*Los obstáculos pueden ser de diferentes tipos. Una clasificación superficial:
Privados: autos u objetos móviles dejados en el espacio de la CV por algún vecino “desprolijo” (que toda la vida estacionó en ese lugar).
Públicos: contenedores, desechos, vehículos pertenecientes a la “administración pública”.
Geográficos: accidentes diversos (desde leves depresiones, hasta quebradas y cañadones).
Relativos la imbecilidad:
aquí entrarían los casos en que, en el afán por construir la CV, no se
tuvo la precaución de retirar ciertos obstáculos que quedaron dentro de
la vía (y que de esta forma se vuelven más difíciles de remover). El
ejemplo más común son los autos abandonados.
No favorecen la circulación general del tránsito.
Hay
demasiados tramos de las CV que fueron construidos en zonas de carga y
descarga de camiones, sobre paradas de ómnibus, sobre paradas de taxis,
frente a colegios... esto genera que estos vehículos deban: o bien
detenerse dentro de las CV lanzando a los velocipedistas al espacio
vedado; o bien hacerlo por fuera de la CV, provocando el odio del resto
de los autos (no voy a hablar de lo complicado que debe resultar pasar
una carretilla repleta de telas por sobre un cordón de hormigón).
Fomentan la violencia.
Las
CV se volvieron el “espacio de confinamiento” de las bicicletas. En
cualquier otro lugar donde ellas se encuentren son despreciadas y
merecen ser puestas en su sitio. Las formas van desde el insulto al más
convincente encierro, pasando por el prepotente pero sutil “fino”.
Los
“muritos” de hormigón constituyen (junto con las rejas de las plazas,
ciertos elementos de mobiliario público y otros dispositivos de
control) un elemento más de la embestida contra la democracia en el
espacio público.
La autonomía es un elemento esencial del transporte en bicicleta. Con la CV no se puede ir “donde quiero”.
Es
una forma relativamente económica de llenar a la ciudad con discursos
sobre lo “eco” y lo “sustentable”, que están tan bien vistos. Pero en
el caso porteño el eje está centrado en acumular km de CV, sin importar
la coherencia en su trazado y lo perdurable del plan.
Mejorando
la educación (y como consecuencia la educación vial), favoreciendo la
tolerancia y el respeto, pensando el espacio público como un espacio de
intercambio, la ciclovía se vuelve obsoleta, o pasa a ser una simple
marca en la calle.
Dice el arq. Ricardo Livingston en una nota a la revista MU
de abril de 2007: “A lo largo de la historia de la humanidad los muros
nunca lograron su objetivo. Ni la Muralla China, ni la línea Maginot, ni
el Muro de Berlín. (...) Una vez levantada la valla, las diferencias se
agudizan, crecen los resentimientos y aumentan los prejuicios. Las
diferencias tienden a desaparecer cuando la gente se encuentra, se
cruza, trabaja en común en pos de conseguir lo mismo”.
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